El radiante porvenir de una superpotencia petrolera

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(Tomado de Courrier International. Traducción del francés de Félix Ramos Gamiño)

Explotación petrolera en Dakota del Norte

Olvidemos el pico petrolero. Olvidemos el Medio Oriente. La revolución energética del siglo XXI no estará enfocada en la energía solar o en la eólica, y la carrera hacia un petróleo en vía de rarefacción no será de ninguna manera el motor de las relaciones internacionales. 

La abundancia energética que contribuyó a impulsar a los Estados Unidos al rango de primera potencia mundial en los siglos XIX y XX, está de regreso. Y si la revolución que ya se perfila está a la altura de las expectativas, entramos de lleno a un siglo en el curso del cual la ubicación de los nuevos recursos mundiales y la estructura de los cambios energéticos consolidará la prosperidad de los Estados Unidos y su influencia en la escena internacional.

Según algunas estimaciones, los Estados Unidos tienen más petróleo que Arabia Saudita, Irak e Irán juntos. Si damos crédito a un informe de la Oficina de Contabilidad del Gobierno que data del pasado mes de mayo, uno de los principales sitios potenciales de producción de los Estados Unidos (la Formación Green River), una formación rocosa localizada en Colorado y Utah], podría contener, ella sola, tres mil millones de barriles de petróleo de esquisto bituminoso. Si tan sólo la mitad de ese petróleo fuera recuperable, las reservas de los Estados Unidos contenidas en ese solo sitio equivaldrían, a ojo de buen cubero, al conjunto de las reservas conocidas a escala mundial.

Empleos bien remunerados

Edward Luce, un periodista del Financial Times, más inclinado a señalar el declive de los Estados Unidos, que a poner el acento sobre el futuro, escribía en fecha reciente: “Los descubrimientos son tan espectaculares, que los expertos contemplan a los Estados Unidos como la nueva Arabia Saudita, a un horizonte del año 2020, con una producción diaria de 15 millones de barriles de hidrocarburos líquidos (contra los 11 millones de barriles diarios producidos este año en la petromonarquía). Hay que atribuir el mérito de esto a innovadores privados, que han aprovechado la oportunidad del alza de los precios del petróleo en los últimos diez años, para concebir medios de explotar las reservas subterráneas de petróleo de roca compacto y de gas bituminoso, hasta ahora no rentables”. 

Por otra parte, nuestras reservas de gas natural son tales, que los Estados Unidos están en posibilidad de convertirse en un gran país exportador, y todo indica que el aprovisionamiento del mercado interno, en materia de hidrocarburos de todo tipo, está asegurado tanto en el corto como en el mediano plazo.

Desde luego, la revolución energética no es una varita mágica que cumplirá todos los deseos de los Estados Unidos, pero ha de imprimir un formidable impulso a la economía y a las ambiciones internacionales del país. Los Estados Unidos no serán los únicos beneficiarios –Canadá, China e Israel, entre otros, también resultarán beneficiados-, pero esta revolución tendrá consecuencias considerables en el papel de los Estados Unidos en el mundo, y su más importante efecto, muy posiblemente, será el de consolidar las fundaciones de carácter mundial que se encuentran bajo dirección norteamericana.

Yo me limitaré a examinar desde aquí el impacto de este boom en el plan interno, impacto mucho más espectacular de lo que uno se imagina. Será un cambio verdaderamente importante, y contribuirá sin duda a impulsar al país hasta su próximo estadio de desarrollo y hacia la próxima encarnación del sueño americano.

Los efectos de la revolución energética se dejarán sentir, sobre todo, en el empleo. Apenas estamos en el inicio, pero, después de la crisis financiera de 2008, el sector de la fracturación hidráulica [inyección de agua bajo fuerte presión en la roca, a fin de fracturarla y extraer de ella los hidrocarburos] ha creado ya, él solo, alrededor de 600 mil empleos en los Estados Unidos, según el mismo artículo del Financial Times. Habrá que agregar a esto los empleos necesarios para la extracción y la refinación de estas nuevas fuentes, y los de las industrias manufactureras y de la transformación, que se reubicarán en los Estados unidos, a fin de aprovecharse de fuentes abundantes, baratas y estables.

Estos empleos serán bien remunerados. Por primera vez desde hace una generación, veremos que va en aumento el número de empleos bien pagados, destinados a la mano de obra industrial calificada. Algunos salarios anuales podrían alcanzar montos superiores a los cien mil dólares, [unos 77,500 euros]. Y en su mayor parte se ubicarán en niveles superiores a las remuneraciones medias de la industria.

Esta revolución es igualmente susceptible de hacer evolucionar el debate sobre la migración. Los mejores empleos de cuello azul en los sectores del petróleo y el gas necesitarán trabajadores con buen conocimiento del inglés y competencia técnica –liceos profesionales muy especializados e institutos tecnológicos universitarios formarán a estos nuevos trabajadores. La mano de obra no anglófona y poco calificada batallará para acceder a estos puestos, pero ocupará empleos menos bien remunerados, orientados a subvenir a las necesidades del sector energético y de sus asalariados, particularmente en la BTP y la restauración. Y con el alza en el nivel de vida de los trabajadores nacidos en suelo norteamericano, la inmigración (legal) dejará de ser un tema tan sensible como lo es en la actualidad. 

El ascenso del Medio Oeste

Otra buena noticia: estos nuevos empleos estarán, básicamente, ubicados lejos de las costas. El éxodo de los estados del interior es una de las tragedias de los últimos 25 años. Al ver desierto el norte de las grandes llanuras, los urbanistas se habían puesto a considerar la posibilidad de que la naturaleza recuperara ahí sus derechos, y de reintroducir el bisonte. Empero, los bisontes tendrán que dejar espacio para las instalaciones de perforación y para quienes las hacen funcionar. Así, Dakota del Norte no está cerca de volver al estado salvaje.

Importantes reservas de petróleo y/o de gas han sido localizadas en otras regiones olvidadas. El oeste del Estado de Nueva York, una buena parte de Pennsylvanie y de l’Ohio poseen también cantidades considerables de combustibles fósiles. Tal vez ha comenzado ya la restauración del Rust Belt [literalmente “el cinturón de herrumbre”, término con que se designa el noreste del país, viejo bastión de la industria pesada]. Y los estados del sur no estarán ociosos. Se estima que de la parte norteamericana del Golfo de México, que actualmente produce 1.2 millones de barriles por día, se podrían extraer de dos a tres millones más.

Declinación de la influencia costera 

En su conjunto, la cuenca fluvial Mississippi-Ohio-Missouri se perfila como el futuro eje del crecimiento norteamericano. Normalmente, la renovación de esta zona debería tener un efecto notoriamente positivo en el clima político. El Medio Oeste es una región tradicionalmente moderada –es menos de izquierda que el norte de la costa Este, y menos conservadora a ultranza que los estados del sur. Los habitantes del Medio Oeste manifiestan una tendencia hacia el pragmatismo y el optimismo, y será interesante ver la incidencia que esto puede tener sobre la vida política. En todo caso, las costas Este y Oeste (a menos que California no se decida a explotar sus riquezas energéticas), muy probablemente verán que declina su influencia, mientras que el Sur continuará con su desarrollo al ritmo actual, y el Medio Oeste estará en pleno ascenso.

El hecho de que el interior del país sea próspero tiene muchas ventajas. Chicago y San Luis son, claramente, mejores lugares para aprovisionar a Dakota y Wyoming, que China y Japón. Si el Medio Oeste dispone de fuentes de energía seguras y económicas, y si surgen nuevos centros urbanos en las cercanías, la renovación energética de algunos estados apuntalará el crecimiento económico de muchos otros.

Asimismo, se esclarecerán las perspectivas a largo plazo para el dólar y el presupuesto federal. Hasta hace muy poco tiempo, cuando se trataba de predecir la salud futura de los Estados Unidos, se hablaba de un aumento inexorable de las importaciones energéticas, lo que significaría una pesada carga sobre la balanza comercial y sobre el dólar. Hoy, las importaciones de petróleo están llamadas a disminuir, y las exportaciones, especialmente las de gas natural, contribuirán a compensarlas.

Además, el gobierno federal retendrá impuestos sobre la producción energética y sobre los ingresos de los trabajadores y de las compañías que, directa o indirectamente  tomen parte en este nuevo boom energético. Los Estados Unidos serán un lugar más atractivo para la inversión extranjera. La construcción de la infraestructura necesaria para el funcionamiento de este nuevo sector y para el transporte de sus productos, brindará posibilidades de inversiones seguras y lucrativas. Una economía norteamericana menos dependiente del petróleo importado (principalmente del proveniente de Canadá), estará menos expuesta a los riesgos ligados con la estabilidad del Medio Oriente. Y eso es precisamente lo que buscan los inversionistas: un fuerte crecimiento en un lugar seguro.

Espíritu de innovación

En el siglo XXI, pocos lugares serán más seguros que los Estados Unidos, entre las Rocallosas y los Apalaches, entre el Golfo de México y la frontera canadiense. Algunas de las más vastas reservas energéticas del mundo estarán situadas en las proximidades de las tierras más fértiles del planeta. Pocos sitios están tan al abrigo de las guerras; pueden gozar de un régimen político tan estable; protegen tanto los derechos de propiedad, y ofrecen tan amplia protección jurídica, desde hace tanto tiempo, a los inversionistas extranjeros.

Sin embargo, toda medalla tiene su reverso, y la revolución energética no es la excepción de la regla. Deberemos vigilar celosamente el que un dólar tan ligado a los hidrocarburos no encarezca demasiado los productos norteamericanos en los mercados mundiales. A este efecto, haremos bien en volver la vista a Europa, y seguir el ejemplo de países como Alemania, que han sabido reaccionar a la carrera alcista del euro, mediante la reducción de los costos y el aumento de la calidad, de manera que nuestros productos se mantengan competitivos.

Igualmente, debemos impedir que la clase política distribuya las riquezas del petróleo a unos cuantos aprovechados. No queremos convertirnos en la Nigeria o en la Rusia de este nuevo siglo, países en los cuales élites codiciosas y corruptas han torcido el proceso político en su provecho, y acaparado la mayor parte de las riquezas de los hidrocarburos. Para las masas, subsidios atractivos y poco onerosos, mientras que la verdadera riqueza se encuentra en las cuentas suizas de personas que tienen relaciones y pocos escrúpulos; esto podría muy bien ocurrir aquí, donde cantidad de gente que ocupa puestos clave, surgidos tanto del Partido Republicano, como del Partido Demócrata, están prestos a confiscar el botín.

Así las cosas, la primera gran oleada de descubrimientos petroleros de fines del siglo XIX y principios del XX convirtió a los Estados Unidos en el primer productor mundial de combustibles fósiles, sin que el país se convirtiera, pese a ello, en un petroestado corrupto. Esto se debe a un factor que todavía tiene vigencia en nuestros días: a saber, que la economía norteamericana estaba tan diversificada, y tan en la punta de la tecnología, que el boom petrolero no fue otra cosa que un componente de un movimiento de innovación y de desarrollo mucho más amplio.

Era de prosperidad

La innovación conserva un lugar primordial en el paisaje energético norteamericano. Los Estados Unidos poseen importantes reservas de estos nuevos hidrocarburos, pero no son los únicos. Si nos involucramos muy pronto en la revolución energética, es porque nuestras compañías petroleras y nuestras empresas de perforación han desarrollado, antes que los otros, las tecnologías necesarias. Contrariamente a la Arabia Saudita y a otro país, no estamos parados sobre enormes cantidades de petróleo, que otros descubren y extraen del subsuelo.

Por supuesto, tenemos la suerte de poseer petróleo, y por algo estamos así, pues nosotros hemos hecho los descubrimientos que nos permiten obtener ventaja de ellos. Este espíritu de innovación, y la cultura que lo sustenta, son las verdaderas fuentes de la riqueza de los Estados Unidos. Esto es lo que nos ha permitido, en el pasado, descubrir yacimientos de petróleo, y construir nuestra economía de la energía. Esto es lo que nos permite, hoy en día, obtener provecho de las nuevas reservas, y es lo que nos permitirá, en el futuro, pasar a otra cosa, ya que estos recursos se agotarán.

Afortunadamente, los Estados Unidos no son ni Rusia ni Nigeria. Nuestra economía y nuestro sistema político son lo suficientemente sólidos como para beneficiarse de un boom energético, sin ser ahogados por el mismo. Este boom energético estimulará el desarrollo de nuevas tecnologías y de nuevos productos en otros sectores. Esto marcará, muy probablemente, el inicio de una era de prosperidad y de avances sociales, en una multitud de regiones y de sectores de actividad. Nosotros no hemos terminado, visiblemente, de beneficiarnos de la “providencia excepcional” que los observadores han discernido muchas veces en la historia de los Estados Unidos.

Falta que la explotación de estas nuevas existencias de petróleo y de gas superen los problemas técnicos y ambientales. Necesitaremos algún tiempo para ver claro y afrontar todos los retos. Además, la perforación es una actividad notoriamente incierta, y la revolución energética podría defraudar las esperanzas que suscita. Pero, con la rápida superación de las tecnologías de extracción, estas reservas no convencionales se vuelven cada día un poco más reales y un poco más accesibles. En este siglo XXI corresponde a los Estados Unidos no el afrontar dignamente las consecuencias de una declinación ineluctable, sino de administrar, de manera juiciosa, este nuevo conjunto de circunstancias favorables.

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