Rodrigo Soto Moreno
Casi siempre los observo quietos y serenos, y me los imagino abriendo sus bocas dentro de la tierra, buscando bocanadas plétoras para obtener los nutrientes necesarios para su alimentación, así como degustar el vital líquido para saciar su sed, mientras les vemos sus patas verdes y floreadas, conforme a lo descrito por Mercè Rodoreda en la novela: “La plaza del Diamante”. Es decir, de acuerdo a esta escritora, realmente los árboles tienen su boca, bajo tierra comiendo y lo que nos muestran con su verde follaje, son sus manos y pies.
Fue hace algunos años, siendo más joven, cuando me inculcaron un gran respeto hacia los árboles, plantas y demás seres vivos del Reino Plantae, no solamente por la proveeduría de aire para nuestra respiración, sino por permanecer aparentemente inamovibles, ante los embates del tiempo y de la naturaleza, reflejados en la arquitectura de su corteza. Al escribir estas líneas, recuerdo los viajes que hacíamos con mi Padre y mis hermanos, Jorge y Ena, a las faldas del Cofre de Perote, teniendo una vista de envidia, con la meta de ir a plantar pinos y otras coníferas para restaurar y reforestar esos bosques, contrarrestando el egoísmo industrial del hombre.
En este tenor, las plantas y especialmente los árboles son seres vivos que llaman mi atención y me inspiran a tratar de imaginar sus pensamientos. Sería, desde mi perspectiva, increíblemente interesante poder saber algo más de su experiencia en su andar evolutivo por este planeta Tierra, todo ello en miras de poder aprender algo de ellos.
Dentro de este contexto encontré un escrito sobre el trabajo realizado por el genetista, Daniel Chamovitz, en relación a su reciente libro titulado: “What a plant knows”. En el mismo se habla de los sentidos de las plantas correlacionados con su crecimiento y desarrollo, así como en la percepción que estos seres vivos tienen del mundo a su alrededor. Entrando en el tema de esta investigación, para mi sorpresa y seguramente para la de muchos lectores, Chamovitz argumenta que las plantas pueden ver, oler, sentir y recordar. Claro no de igual forma nosotros los seres humanos, pero ciertamente similar al apoyo recibido por esos sentidos, en forma neurálgica, para sobrevivir como especie.
Como ejemplo de esto, en entrevista con Gareth Cook, en Scientific American, Chamovitz nos comenta sobre una línea de sus investigaciones, en donde reafirmó la interrelación de la luz solar, especialmente en la fotosíntesis, y como una señal que modifica el crecimiento de las plantas , pero para su asombro, descubrió un grupo único de genes responsables en determinar si es de día o de noche y al comparar los mismos con los de la especie humana, se llegó a la conclusión de que nosotros compartimos y utilizamos esos genes para saber si es de día o de noche, esto conocido en el ritmo circadiano dentro de las 24 horas de un día. Aunado a esto, sabemos que ese grupo de genes sirven, dentro del reino animal, para la sincronización de la división celular, el crecimiento axonal de las neuronas y el funcionamiento adecuado de su sistema inmunológico.
Otro aspecto importante a considerar, es que si bien es cierto que una planta o un árbol no se pueden cambiar de residencia, o simplemente mover de su lugar, buscando mejores condiciones climatológicas, como lo hacemos nosotros y algunos animales, también es cierto, como lo expresa Chamovitz, que gracias a su elaborada y sofisticada evolución biológica, a través de su corteza, sus hojas, sus ramas y sus flores, han podido adaptarse a la selección natural, especialmente gracias a complejo mecanismo sensorial para reaccionar ante los cambios constantes en su medio ambiente.
En este sentido, Chamovitz, nos habla de la capacidad de las plantas para oler o más explícitamente su función de detectar ciertas señalas químicas en el ambiente para reaccionar ante las mismas. Un ejemplo claro de esto, es el caso de la maduración de ciertos frutos, pues es conocido que al colocar una fruta madura con otras inmaduras, el resultado será el aceleramiento del proceso de maduración, obviamente, en las encaminadas a hacerlo. Esto, de acuerdo a Chamovitz, gracias a la liberación de una hormona y al propagarse la misma, es que vemos la madurez en los cultivos de forma casi coordinada o sincronizada.
También las plantas se comunican y tienen memoria, según Chamovitz. Esto a razón de estudios en donde se ha clarificado que cuando una planta o árbol son atacados por plagas, éstos se comunican con sus vecinos, por medio de feromonas, advirtiéndoles de la amenaza creciente e incitándoles a prepararse con las sustancias químicas adecuadas para repeler la agresión de la plaga descrita. Por otro lado se sabe que cuentan con memoria, como parte de la batalla contra el medio ambiente, dentro de su evolución natural, trabajando constantemente en la producción de semillas, con mejoras, para sopesar los cambios climáticos a los que fueron expuestos y procrear descendientes mucho más resistente para continuar evolucionando y soportar mejor el estrés, como especie, de la vida. En este contexto se ha encontrado que las plantas recuerdan las estaciones del año, las plagas a las que fueron expuestas, entre otras cosas, siempre buscando anticiparse y protegerse ante esas situaciones.
Derivado de esto, se me viene a la mente el comentario de Carl Sagan cuando dice “que somos polvo de estrellas”, y al tener genes en común, con plantas y animales, entonces podemos inferir también, como lo expresa Daniel Chamovitz, que no estamos tan separados de estas especies o desde otra perspectiva nos encontramos tan lejos y tan cerca de los animales y de las plantas. Todo esto debe abrirnos los ojos, pero sobre todo la mente, en cuanto a la representación, percepción, pero especialmente respeto hacia los seres vivos, especialmente a estos enraizados en la tierra, inmóviles y erróneamente inferidos como presos de la corriente del clima, sin decisión y sin oportunidad alguna de modificar o transformar su entorno.
Para ir cerrando esta colaboración, es clara la necesidad de comprender mejor a las plantas, como nuestros compañeros de hábitat, pero sobre todo respetar su sistema de comunicación química y sensorial para colaborar, de forma conjunta, con otros de su especie y preparar a su descendencia con genes más fuertes para afrontar mejor a la madre naturaleza. Además de afirmar que el planeta Tierra está vivo, al contar con una colosal red de raíces del Reino Plantae, mismas que constantemente se están comunicando, enviando señales y reaccionando ante estímulos recibidos. Espero con gusto, los resultados de las nuevas líneas de investigación, en cuanto a este sistema de raíces y de vida que no alcanzamos a comprender en su totalidad e invito a los lectores a proteger a las plantas y soñar con comunicarnos con las mismas, aunque por lo pronto sea simplemente acariciando la corteza de su experiencia con la palma de nuestra mano…

