
Alejandro Muñoz
Hace más de veinte años, Giacomo Rizzolatti descubrió las neuronas espejo en el mono macaco, junto a su equipo en la Universidad de Parma (Italia). Su investigación confirmó en 1996 que un grupo de neuronas se activaba tanto cuando el animal realizaba acciones concretas, como cuando observaba a otros monos o personas repetir lo mismo.
En principio, pareció tan solo un sistema de imitación ligado a movimientos simples, como agarrar comida, pero posteriores análisis constataron que el mecanismo permitía también hacer propias las acciones, sensaciones y emociones de los demás. Además, el sistema también se descubrió en los humanos, con la activación del lóbulo parietal y la corteza motora del cerebro. El hallazgo le valió a Rizzolatti el Premio Príncipe de Asturias de investigación en 2011, entre otros galardones.
El neurólogo ha hablado con Sinc con motivo de su ponencia ‘El mecanismo espejo: pasado, presente y futuro’ en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid, invitado por la Cátedra UAM – Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno en Neurociencia
A sus 80 años, el incansable científico continúa investigando en el Consiglio Nazionale delle Ricerche (CNR) como profesor universitario jubilado: “En el CNR ya han contratado a algunos de mis alumnos, pero como soy más famoso atraigo más fondos europeos y privados. Y el Gobierno italiano no da mucho dinero”.
Espejos que contagian risas
No todas las acciones provocan una activación del mecanismo espejo. Este sistema permite una comprensión inmediata de una acción. “Si entramos un bar y vemos a una persona agarrar una jarra, no necesitamos pensar que va a beber cerveza. Sin embargo, si vemos un perro ladrando, a nuestro cerebro llegarán los componentes visuales y auditivos del ladrido, pero no lo entenderemos de inmediato. No es un mecanismo espejo”.
Algunas emociones se transmiten también a través de este mecanismo, como la risa y el asco. “El caso de risa es explotado por muchos cómicos, que ríen para provocar que los demás se rían. Esto se consigue mediante la activación de una zona cerebral –el giro cingulado– que al ser estimulada en pacientes, les provoca la risa”, explica.
Sus últimos trabajos de investigación se centran precisamente en el giro cingulado, que se localiza donde ambos hemisferios del cerebro se tocan. “Esta región cerebral no solo es responsable de la risa, sino también de enviar alertas como ‘necesito moverme’, ‘no puedo estar aquí’, etc. Es una parte del cerebro que señala posibles peligros”.

