
MEC. Gisela Aguilar Martínez
Con el auge de las aplicaciones, los filtros y la reciente pandemia del coronavirus que impuso el trabajo en casa, la comunicamos mediante videollamadas o redes sociales durante varias horas del día se ha ido incrementando
En el caso las videollamadas, las redes sociales y más, han suplido una parte importante de la relación social con amigos o familiares en los momentos más duros del confinamiento. Y en los jóvenes se arraigó como forma de comunicación con su entorno.
El hecho de estar tanto tiempo mirándonos a nosotros mismos puede ser un factor de riesgo que haga aflorar casos de dismorfia corporal, aunque no serían la causa de este trastorno.
Los expertos explican que el trastorno dismórfico corporal (o dismorfia corporal) es una enfermedad que se incluye dentro de los trastornos obsesivo-compulsivos y se caracteriza por una gran preocupación por el aspecto físico.
Se estima que afecta a entre un 0,5 y un 2% de la población

Esto los lleva a tener ideas obsesivas que aumentan su ansiedad y, para paliarla lleva a cabo una serie de rituales o compulsiones.
Dichos rituales pueden consistir en mirarse al espejo continuamente, lavarse la cara, machacarse la cara quitándose espinillas, etc. En los casos más graves, puede llevar a la persona a acudir a consultas de cirugía estética para modificarse aquello que les preocupa.
Las personas con dismorfia pueden exagerar defectos o características físicas (por ejemplo, verse las orejas o la nariz muy grandes), y otras pueden tener una percepción falsa de la realidad (como verse la cara llena de cicatrices sin que sea así).

La cara y la cabeza suelen ser las partes del cuerpo en las que se focalizan las personas con dismorfia.
Los primeros síntomas de la dismorfia suelen aparecer en la adolescencia. Entre los 16 y los 19 años se inician el 90% de los casos.
Los casos se dan por igual tanto en hombres y mujeres, aunque existen algunas particularidades (en los hombres, por ejemplo, es más habitual que esté relacionada con la alopecia que en las mujeres).
Los síntomas son manifestar una gran preocupación por el aspecto físico, a menudo con adjetivos muy peyorativos como «monstruoso», «espantoso», «deforme», o realizar conductas repetitivas o rituales para verificar sus preocupaciones.
Cuando se manifiesta preocupación excesiva por su aspecto es una señal, cuando hay un deterioro significativo en distintas áreas de su vida, como un peor rendimiento académico o laboral, aislamiento social, etc.
Las redes sociales y las videollamadas, pueden ser causa que obligan a estar más pendientes de lo habitual de la apariencia física, pueden ser factores de riesgo que desencadenen la aparición de este tipo de enfermedades.
Lo que ahora se ve en las videollamadas es una imagen de la persona misma en movimiento, expresando emociones y al lado de la de otras personas, situación que poco se acostumbraba.
Médicos de Estados Unidos han alertado que en los últimos meses hay un aumento de personas que demandan cirugía plástica e indican que su principal motivación es su apariencia en Zoom) y han llegado a bautizar este fenómeno con el nombre de “dismorfia de Zoom”.
Esta hiper-conciencia del uno mismo, de la autoimagen, puede distorsionar puntualmente la percepción que se tenga de uno mismos.
Dicho trastorno se puede tratar con fármacos inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (antidepresivos). Estos minimizan el malestar, la tristeza, el llanto espontáneo o el no querer salir de la cama. Sin embargo, el tratamiento farmacológico solo no es eficaz a largo plazo porque en el momento en que se retira, vuelven a aparecer los síntomas.
Terapia cognitivo-conductual. Consiste en exponer a la persona paulatinamente a los síntomas del trastorno (a sus supuestos defectos) y en frenar los rituales compulsivos asociados.
