Bicentenario de la muerte de Hidalgo

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Jorge Pedraza Salinas

El sábado 30 de julio, se conmemoró el segundo centenario del fallecimiento de don Miguel Hidalgo y Costilla, el padre de la Patria. Su nombre completo era Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga Mandarte Villaseñor.

En 1811, Hidalgo muere en la ciudad de Chihuahua. Fue aprehendido en Acatita de Baján y llevado a Chihuahua. Tenía 58 años de edad, cuando dejó de existir. Había nacido el 8 de mayo de 1753 en la Hacienda de Corralejo, muy cerca de Pénjamo, Guanajuato.

¿HIDALGO ANCIANO?

Cuando cursamos la educación primaria, en los libros de Historia Patria, a don Miguel Hidalgo se le llamaba “El venerable anciano, Padre de la Patria”. Imaginen ustedes, venerable anciano y murió a los 58 años de edad. Habría que preguntar a quienes ya han llegado a esa etapa si se consideran ancianos y estoy seguro que la gran mayoría respondería que no.

A esa edad, don Miguel Hidalgo y Costilla era un hombre lleno de energía, con mente lúcida y los mejores deseos de independencia y libertad para la Patria y sus habitantes.

Por otra parte, esa misma edad tenía el Presidente don Benito Juárez cuando estuvo en Coahuila y Nuevo León. Tuvo el valor de defender a México cuando tenía tantas cosas en su contra. A sus 58 años, Juárez estaba en Monterrey cuando Maximiliano y Carlota llegaron a México invitados por un grupo de conservadores traidores.

A esa altura de su vida, Juárez conoció lo difícil que es luchar contra los adversarios, pero más aun lo arduo que es pelear con los propios aliados. A los 58 años, Juárez venció a Santiago Vidaurri, quien se decía su amigo, y además experimentó la dicha de ser padre y abuelo en nuestras tierras. En Monterrey nació su último hijo, José Antonio Juárez Maza.

Regresemos a Hidalgo.

Hidalgo era un gran estudioso y conocía siete idiomas: español, latín, francés, italiano, náhuatl, purépecha y otomí. Tenía un gran cariño hacia los más menesterosos, era de condición acomodada y tenía un espíritu libertario, nutrido en parte, por las lecturas de los enciclopedistas franceses.

En una biografía de Hidalgo, podemos encontrar que este personaje encabeza la epopeya de la lucha por la Independencia; así como la marcha rumbo a San Miguel; la rendición de Celaya; las tomas de Guanajuato y de Valladolid; la ruta a Toluca; la Batalla del Monte de las Cruces y luego, la ciudad de México a la vista; enseguida desandar lo andado. Después vendrá la Batalla del Puente de Calderón y la pérdida del poder; la marcha hacia las provincias del norte; la entrada a Saltillo, la aprehensión en Acatita de Baján y la vía dolorosa rumbo a Monclova, Coahuila; el destino hacia Chihuahua.

Diversos historiadores coinciden en que, casi terminaba el mes de febrero de 1811 cuando, en Saltillo, se recibió la noticia de que llegaría el Cura Hidalgo acompañado de sus lugartenientes; el 27 del mes citado llegaron Ignacio Allende, Indalecio, su hijo; Mariano Abasolo y su esposa, y el 5 de marzo llegó don Miguel Hidalgo. Se hospedaron en las casas llamadas Reales en donde les fueron ofrecidos alimentos y refrescos.

EL INDULTO ES PARA LOS CRIMINALES

Estando en reunión privada Allende, Hidalgo y Jiménez recibieron un comunicado del Virrey Venegas mediante el cual se ofrecía el indulto a todos los insurrectos de conformidad con la amnistía que las Cortes de España expidieron en octubre de 1810 al conocerse el levantamiento iniciado por Hidalgo. Es ahí donde Hidalgo ofrece su respuesta: “El Indulto, Señor Excelentísimo, es Para los Criminales, no para los Defensores de la Patria”.

El 16 de marzo de 1811, los insurgentes reanudaron la marcha hacia el norte, contando ya con mayor número de efectivos en el ejército. Los insurgentes creían incluso que tenían el apoyo del General Ignacio Elizondo. El 21 de marzo se encontraron con la gente de Elizondo en Acatita de Baján, quienes simulando tributarles un recibimiento, detuvieron los carruajes y procedieron a desarmar y maniatar a sus ocupantes.

Hidalgo fue llevado a Chiuahua, en donde estuvo preso hasta el momento de su ejecución. A la hora del alba del 30 de julio de 1811 el padre Juan José Baca impartió a Hidalgo los últimos auxilios espirituales de su religión. En los muros de la celda había escrito Hidalgo unas décimas dedicadas a Melchor Guaspe, el alcaide de la prisión, y a Miguel Ortega, su carcelero.

Los 12 soldados que ejecutaron la sentencia de muerte estuvieron a las órdenes de Pedro Armendáriz. El cadáver del héroe fue expuesto al público en una silla, sobre una tarima, a la derecha de la puerta principal del ex Colegio de la Compañía, hoy Palacio de Gobierno de Chihuahua, frente a la plaza.

Al oscurecer, se le introdujo al edificio, se le tendió en un tablón y un indio tarahumara le cortó de un solo tajo la cabeza con un machete. Las cabezas de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez se conservaron en sal. Tras una larga peregrinación por Chihuahua, Zacatecas, Lagos, León y Guadalajara, fueron colocadas, en octubre, en los cuatro ángulos de la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato, de donde las retiró el pueblo en 1821, en vísperas de consumarse la Independencia.

Posteriormente, sus restos fueron depositados en la Columna de la Independencia, de donde fueron trasladados en el 2010 al Castillo de Chapultepec. Se dice han sido analizados, llevados al Castillo de Chapultepec y al Palacio Nacional y posteriormente regresaron al Ángel de la Independencia.

Quienes pensaron que con la muerte de Hidalgo, de Allende, de Aldama y de Jiménez, se había conseguido acabar con el movimiento de Independencia estaban muy equivocados, ya que la antorcha continuaría encendida y en el año de 1821 habría de consumarse la Independencia. Mientras tanto y hasta nuestros días, Hidalgo permanece vivo en la mente y en los corazones de los mexicanos.

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