Construyendo el azar

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Gabriel Contreras

¿Puede la suerte ayudar en el desarrollo de un programa, un proyecto, una empresa o una tarea?

¿Habría que dejar las rutas navieras, la indagación sobre partículas subatómicas y el ejercicio de la cirugía en manos de la suerte?

¿No es hablar de eso, sencillamente, una tontería, una estupidez?

¿Qué haría usted si su dentista tirara una moneda al aire para ver si le aplica o no una dosis de anestesia?

Existen hoy en día numerosas herramientas, vías y métodos capaces de estimular nuestro pensamiento creativo.

Sus resultados se encuentran al alcance de nuestras manos y de nuestra vista. Es decir, se manifiestan permanentemente a través de un amplio espectro de innovaciones, que surgen en los campos de la industria, la tecnología, los deportes, el arte, la vida social, la comunicación, etcétera.

Es un hecho, vivimos en un horizonte de conocimientos que carece de límites, y que vuelve obsoletas las cosas a una velocidad récord.

Mientras la obsolescencia se impone sobre nuestras maquinarias, software y maneras de pensar, aparecen también frente a nosotros nuevas técnicas, artilugios y propuestas, que a veces nos cimbran positivamente, nos asombran, y otras veces sencillamente nos hacen reír por su extrañeza o su rotunda inutilidad. Vivimos entre grandes inventos e inventos inocuos, ridículos.

Mientras todo eso ocurre, los arsenales de la creatividad siguen surtiendo universidades, empresas y grupos industriales a nuestro alrededor.

La creatividad –se sabe, no es un secreto- es algo que se puede identificar, estimular y desarrollar de manera artificial. O sea que nadie está condenado a “ser o no ser” creativo.

Hoy, numerosos psicólogos y especialistas del campo de las neurociencias –además de algunos empresarios, periodistas y artistas- se empeñan en experimentar con técnicas que permitan asociar de manera positiva a la creatividad con la imaginación y la innovación.

Pues bien, entre todos esos procedimientos hay uno que me llama profundamente la atención: es el azar, conocido vulgarmente como la suerte.

¿Puede la suerte ayudar en el desarrollo de un programa, un proyecto, una empresa o una tarea?

¿Habría que dejar las rutas navieras, la indagación sobre partículas subatómicas y el ejercicio de la cirugía en manos de la suerte?

¿No es hablar de eso, sencillamente, una tontería, una estupidez?

¿Qué haría usted si su dentista tirara una moneda al aire para ver si le aplica o no una dosis de anestesia?

La respuesta puede ser sí, y puede ser no. Veamos ahora por qué.

Efectivamente, es bastante peligroso establecer la hora de apertura de una tienda de departamentos en base a un tiro de dados, o tratar de eliminar un virus informático recurriendo a las cartas de póker. Pero, ojo, eso no impide que el recurso del azar cumpla importantes funciones en el camino hacia la creación tanto en el ámbito de la industria como en el arte. Veamos.

Si ponemos interés en las obras de Edward de Bono, por ejemplo, podremos darnos cuenta de que él no nos dice “recurran a la suerte y ella les dará la respuesta”, jamás. Eso, obvio, es cosa de charlatanes, magos de feria, gente del tipo “el motivador estrella”.

Pero, ojo: De Bono no nos manda a buscar las respuestas en la suerte, pero tampoco nos dice que “no estén ahí”. O sea, no lo afirma, pero tampoco lo niega. Eso es importante de tomar en cuenta. Ahora avancemos con nuestra idea.

Un caso interesante de tomar en cuenta es el del escritor y dibujante británico Anthony Browne.

Él es autor del famoso personaje «Willy»“ un chimpancé cuyas aventuras son ampliamente disfrutadas por los niños de Europa y América.

Bien. Pues la mayor parte de la obra creativa de Anthony Browne proviene de la suerte. Sí. Él siempre quiso ser dibujante, realizar libros para niños, pero no halló la manera fácilmente. Buscando, acabó por estudiar artes, y aprendió a dibujar relativamente bien, o sea académicamente bien, nada más.

Así, Browne se convirtió en un dibujante de operaciones y muertos. Su trabajo, el que obtuvo estudiando artes, consistía en crear testimonios médicos a nivel visual para el sistema hospitalario en Inglaterra. Dibujar cadáveres o gente con el cráneo abierto encima de un quirófano, ese parecía ser su presente y su futuro. Lamentable situación, ¿no creen?

Pero sucede que la suerte le ayudó.

Careciendo de una imaginación que le permitiera desarrollar sus propias “historias”, optó por voltear a mirar a su familia, y ahí encontró los grandes modelos y pretextos para desarrollar su “propia” imaginación. O sea que se dedicó a contar su modo de ver a su mamá, su papá y su hermano, sin ir más lejos. De esa manera, incluso la muerte de su padre se convirtió en la plataforma imaginativa sobre la cual edificaría su propia versión de “King Kong”.

¿Tuvo Anthony Browne la suerte de saber mirar a su familia, dibujarla y convertirla en “personajes”? Sí.

¿Podría haber hecho lo mismo siendo otro?

¿Podría haber hecho lo mismo si no hubiera sumado el factor talento, el estudio de las artes, el dibujo anatómico y la vida dentro de esa familia?

No, no hubiera ocurrido, definitivamente.

Browne tuvo la suerte, única, de contar con todos esos factores al tiempo que el ámbito editorial y educativo europeos le ofrecían una oportunidad.

Otro caso es el del mexicano Vicente Leñero, dramaturgo y guionista cinematográfico de gran prestigio.

Un día, mientras participaba en uno de los talleres que él dirigió, fuimos a comer juntos y le pregunté:

¿Cómo se le ocurren las ideas?

Leñero me contestó algo soprendente:

Me dijo: “¿Ideas? Jamás he tenido una idea. Yo simplemente las encuentro, otros me las cuentan, otros las viven, yo solo las escribo. He desarrollado toda mi carrera como dramaturgo y escritor de cine sin tener una sola idea. Simplemente, sé detectarlas, sé encontrarlas y escribirlas”.

Eso, tener la suerte de encontrar una historia, y saber transformarla en algo valioso e interesante, ese era el talento de Vicente Leñero. La sabe de su éxito radicaba en la suerte, y la suerte dependía de él. Él construía su suerte. Él construía el azar.

La verdad es que mucha gente pierde oportunidades de trabajo por no responder rápido a una llamada, por no tener amistades en tal empresa, por no tener la ropa adecuada en la entrevista decisiva, por tener un tic en un ojo, por acudir a la cita sin bañarse, por carecer de una mirada hermosa, por ser muy altos, muy bajos, o feos, o gordos, flaquísimos, por usar unos tenis repugnantes, etcétera.

El azar, efectivamente,  influye en todo lo que hacemos, en todo, sí, sí influye realmente en todos nuestros proyectos.

Pero ¿podemos hacer que el azar nos ayude a progresar?

Sí, pero solo en el caso de que aprendamos a jugar con él. Es decir, construyendo el azar.

Por ejemplo, ya tienes un gran avance en tu proyecto si sabes darte cuenta de que alguien no está interesado en ti, porque te invita a comer pero se niega a pagar tu cuenta.

O logras detectar su desinterés porque lo invitas a conversar, pero argumenta que todo está muy difícil, casi imposible en la industria, antes siquiera de comenzar a platicar.

Esas lecturas de lo azaroso, pueden ayudarnos a progresar, definitivamente, como también puede ayudarnos el distinguir en la persistencia de alguien un verdadero gesto de interés y disciplina.

Un uso inteligente del azar está, por ejemplo, está en recurrir a un chiste o un juego de palabras para solucionar un lema de campaña política, o en el detectar a un empresario –posible patrocinador- que siente una gran debilidad por el ajedrez, el sabor del whisky o el cine de Kurozawa. Todo eso, bien procesado, puede transformarse en “sabiduría” o “combustible” al servicio de un proyecto. “Es una verdadera suerte que a los dos nos apasione el cine japonés”.

En fin, que el azar siempre puede estar al servicio de nuestros proyectos, nuestra visión y nuestra creatividad, solo hay que saber cómo “ponerlo a trabajar a nuestro favor”.

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