Gabriel Contreras
Es divertido, acariciable, orgulloso. Su fama tendría que ser envidiada por muchos humanos, por comunidades enteras. Así es el gato, su majestad el gato.
Perrault, Eliot, Baudelaire, Cortázar y Monsiváis nos ofrecen páginas escritas o vividas que dan testimonio de la seducción que el gato nos impone.
Su popularidad es innegable, incluso me atrevería a decir que, entre las mascotas, el gato ha vivido y vive hoy una situación de privilegio. El escenario de las redes sociales pareciera haber sido diseñado para su publicidad.
Efectivamente, los videos en torno a gatos curiosos o cómicos son inagotables, además de que se distribuyen y comparten continuamente. Twitter, YouTube y Facebook han resultado ser grandes herramientas para la construcción de una nueva celebridad del gato, una celebridad avasalladora, que no distingue entre la condición animada de “Simon” o “Garfield”, y el curioso gesto inalterable de “GrumpyCat”, un ser de carne, pelo y hueso.
Hoy, la acción de las redes sociales imprime una gran velocidad al manejo y el flujo de la información, generando fenómenos como el de la viralización, cosa que por cierto ha beneficiado grandemente a la popularidad del gato.
Sin embargo, uno de los grandes momentos de la historia imaginativa del gato, es justamente ese en el cual su presencia fue enlazada a los dominios de la física.
En el momento en que Edwin Schrödinger reflexiona acerca de la incertidumbre a partir de un gato en una caja opaca u oscura, la fama vistió de nuevo al gato, privilegiando su papel más que el de la deducción estadística, la incertidumbre filosófica o el autor mismo de ese experimento imaginario.
Sin embargo, hay algo en el gato que puede inquietarnos no solo por razones estéticas. Su inteligencia en términos de destreza física, similar tal vez a la de un boxeador, un gimnasta o un futbolista.
Lo que estoy apuntando es que hay expresiones de la inteligencia que remiten directamente al ámbito corporal y que, aunque sustentadas en reflejos, pueden ser desarrolladas a través del entrenamiento o la repetición.
En ese sentido, el gato, ciertos gatos, poseen un gran “potencial de talento” y suelen ser capaces de defecar en una taza de baño, bajarle a la palanca, abrir la puerta de la casa o colarse por las rendijas más prohibitivas.
Mi idea es esta: la fascinación que ejercen los gatos (los videos de gatos) sobre nosotros, es muy parecida (o la misma) que ejercen las estrellas del deporte (beisbol, futbol, tenis, box), los superhéroes o las películas de karate.
O sea, que el gato nos seduce porque nos maravilla su capacidad de romper esquemas, trastocar límites e ir, aparentemente, más allá de las normas que el mundo le impone. Lo que quiero decir es que el gato, como el futbolista goleador, es un héroe mediático, un imán de miradas, tanto así que su fama en las redes es comparable, quizás a la de Lionel Messi o Capitán América. Porque, más allá de las apariencias, la destreza física es, y ha sido desde hace muchos siglos, una de las virtudes más deseadas por el ser humano.

