Gabriel Contreras
Design Thinking ofrece hoy a sus lectores y usuarios un panorama inmenso y expansivo en relación con las problemáticas de la creatividad, la imaginación y la innovación en el curso del Siglo XXI. Design Thinking sorprende, provoca, habla, y se expresa a través de medios insospechados.
Hablemos de un libro importantísimo, fundamental en esta ruta.
“Design Thinking para la innovación estartñegica” (Idris Mootee, Ediciones Urano, 2014, colección Empresa Activa, México) es un documento dominado por la experiencia de provocar, generar e inducir el cambio a través de herramientas diversas, flexibles, y muchas veces sorprendentes.
Sus páginas se hallan ligadas a la experiencia de plantear el pensamiento creativo en el horizonte de Harvard, pero también al empuje de Idea Couture. Y todo ello, se materializa en una especie de arsenal creativo, cuyos límites operan más allá de lo meramente conceptual y lo técnico, conformando una especie de filosofía, que privilegia al mismo tiempo la plasticidad, la incertidumbre aunada a la visualización, la crítica, la capacitación y, sobre todo, la acción emparentada con la imaginación.
Obviamente, Design Thinking no aspira ni puede ser reducido al ejercicio o la búsqueda de la belleza, la mera belleza, sutil pero siempre engañosa, siempre en el fondo una trampa. No. En su base, en la base de Design Thinking se halla la seguridad de que “todo ha cambiado, está cambiando y seguirá cambiando”. Por ello, precisamente, sus cimientos nos remiten a ideas estructurantes, como las de Paul Virilio, quien asienta que el estudio de la velocidad (dromología) es un elemento clave en el abordaje del pensamiento contemporáneo, ya que es la velocidad precisamente la que acelera el advenimiento de los cambios, el recurso inevitable de la innovación, y la competencia en el plano de los clusters, y no ya de la manufactura, sino de la mentefactura.
Otro asunto, el factor operativo. El tema operación está presente en el perfil básico de Design Thinking. Ahí radican sus ligan con el campo de la ciencia, el equilibrio financiero y. claro, los negocios.
Se trata de una tendencia que pone en juego el pensamiento crítico, el rompimiento de paradigmas, el sacudimiento de las tradiciones, pero establece también una lucha en la que lo táctico no se desprende de lo estratégico, para gestar una batalla paralela en diversos frentes.
El compromiso con Design Thinking no favorece el ejercicio del poder encumbrado en el ámbito de la empresa, sino que tiende hacia lo horizontal y lo transversal, eliminando en muchos sentidos el sentido de las jerarquías, y volviéndose por ello amenazante, incendiario de alguna manera.
Casualmente, Design Thinking nació en los días de la explosión psicodélica, y ha venido creciendo como una bola de nieve, asociándose en muchos sentidos con la cultura digital, las nuevas finanzas, la educación en línea, y rodas estas formas de la comunicación que, más que fortalecer, vuelven incierto y opaco el futuro de la comunicación y la civilización humana.
Es importante observar que, en sus aplicaciones, Design Thinking emparenta las influencias de la ingeniería, el pensamiento filosófico, la administración y el diseño industrial, generando alianzas al mismo tiempo deseables e inusitadas.
¿Por qué es útil, pertinente e importante Design Thinking en este momento dentro del paisaje empresarial, artístico y filosófico?
Es fundamental precisamente porque no es un punto de vista sencillo, no es transparente, y no es elemental. Todo lo contrario, Design Thinking es una forma de pensamiento compleja, escasamente transparente, plena de exigencias y, para colmo, ligada lo mismo a la ciencia que a la intuición.
Design Thinking se expande de una manera fractal, contaminando áreas poderosísimas del pensamiento, despertando enfoques inusuales, y rompiendo los límites de su propio contorno.
Ahí, en su imparable capacidad de expansión, ahí es donde radica precisamente su fuerza y su potencial.

