Gabriel Contreras
Escribir a las cinco de la mañana en la butaca de un aeropuerto no es la mejor de las condiciones cuando se quiere publicar una nota sobre creatividad, pero uno se atiene a lo que hay, no a lo que quisiera.
En fin, les contaré que aprovecho este brevísimo viaje para comentar “La necesidad del caos”, de Ori Brafman (Urano, Colección Empresa Activa, 2014).
¿Qué nos aporta este libro que no hayamos leído alrededor de la generación de provocaciones para el pensamiento creativo? Básicamente una pequeña conceptualización, que tan pronto terminé de revisar quise poner a prueba con un grupo compuesto por más de 70 jóvenes estudiantes normalistas.
El planteamiento de Brafman es relativamente simple, aunque las ventajas de su operación son amplias. Veamos.
Brafman propone que, ante un problema que no exige solución, podemos asumir una postura convencional y obtendremos, obviamente, una solución convencional.
Plantea también que podemos contar también con el recurso del caos y, complicando aun más el problema, obtener de ahí una solución distinta.
Los pasos que nos propone Brafman son así:
- Para comenzar el abordaje del problema, no debemos concentrarnos en su solución poniendo todo nuestro esfuerzo y nuestro enfoque en ello, sino que es más recomendable asumir una actitud un tanto extraña o distraída, que nos permita construir un “espacio blanco”. Como ejemplo de ello, nos remite a los famosos paseos de Steve Jobs y las juntas filosóficas de Albert Einstein, acciones en las cuales se trataba un asunto (física o tecnología) sin apegarse al típico protocolo académico o empresarial. Es decir, se prescindía del modelo establecido, para aligerar las cosas y dejar que el cerebro buscara su propio ritmo, asociando el trabajo mental con el placer. O sea, que Brafman propone tomar las cosas a juego.
- Al espacio en blanco hay que añadir la participación de “Sospechosos no habituales”. Esto es, Brafman recomienda, por ejemplo, que la gente de mantenimiento o de intendencia participe en las juntas que definen la vida de un hospital, ya que sus participaciones permitirían ver las cosas de otro modo, o sea con otros ojos.
- Tras la obtención de esas dos condiciones, es preciso generar un “caos contenido”, una especie de desorden a partir del cual pudiera surgir (nadie podría asegurarlo o garantizarlo, claro) una solución inesperada.
Ok. Para poner a prueba esta técnica, trabajé con un grupo muy amplio de normalistas de Nuevo León, dentro del programa “Leer para la vida”.
Con el apoyo del maestro Héctor Franco y la maestra Yuri Rodríguez, puse en pràctica este pequeño modelo creativo en el taller…
Les pedí a los participantes que tomaran un libro infantil al azar (la decisión, claro, fue guiada por un dado rojo), y que uno de ellos lo leyera a lo largo de no más de dos minutos.
Luego, se difundió entre todos una versión “de oídas”, y minutos más tarde se formaron tres equipos cuya misión era “contar esa historia” apoyándose en “recursos didácticos” extraños, como un cartoncillo, una galleta (Barrita de coco), dos marionetas (Una rana y un caballo) y unas barras de plastilina.
El abordaje fue, en efecto, caótico y divertido, pero el resultado fue altamente imaginativo y hermoso. O sea, que el procedimiento fue “ilógico”, pero el resultado fue “lógico”.
Conclusión: la generación del caos como método de creación es un recurso sumamente prometedor si se aplica, por ejemplo, a grupos dedicados a la enseñanza.
P.D. Este artículo, además, tiene otro elemento de caos, lo escribí en condiciones sumamente incómodas: unos fragmentos en el aeropuerto, otros tantos en una ruidosa taquería polvorienta, a orillas de Guadalajara, y el final en una banca del HEB, en San Nicolás… El caos funciona.


