Gabriel Contreras
Impartir un taller dedicado a la creatividad y la innovación es todo un asunto.
Y si ese taller está abierto a la participación de artistas de diversa índole, pues mucho mejor.
Ese es el panorama que estamos a punto de compartir los participantes en este taller, que se abrirá al público en unos días y tengo la suerte de encabezar.
¿Por qué un taller y no un curso, un diplomado o simplemente un ciclo de conferencias?
Existe una razón operativa detrás de esto, y es la siguiente: en efecto, existen muchos, muchísimos libros y documentos sobre creatividad a la mano, documentos y archivos que se encuentran en libros, revistas, y sobre todo en La Red.
Vaya, efectivamente si buscamos elementos de reflexión en torno al sentido y la práctica de la creatividad y la innovación en bibliotecas físicas y en el mundo digital, encontraremos materiales de sobra para leer el resto de nuestra vida.
Pero, ojo, precisamente esa es la razón por la cual no se acude al instrumento curso, diplomado o ciclo de conferencias.
Precisamente porque la creatividad, como el teatro, como los deportes, no es algo que se pueda extraer directamente de los libros, de los manuales o de los tutoriales.
La creatividad es otra cosa. Es ante todo una práctica, y solo se puede acudir a ella a través de la práctica real.
Por eso, es fundamental que quienes deseen tener un contacto eficaz con la creatividad, acudan de manera real, y enfoquen sus esfuerzos de una manera directa hacia la materialidad de un taller.
Un curso de creatividad, de teoría de la creatividad, en el fondo sirve de casi nada, o prácticamente de nada. Vaya, leer cinco o seis o veinte libros sobre el tema de la creatividad, tampoco puede volver creativo a nadie, desgraciadamente.
Así, incluso podríamos decir que “leer sobre creatividad” viene a ser, paradójicamente, algo así como un obstáculo para el desarrollo de la creatividad. Es algo parecido a“leer obras de teatro”, eso no vuelve a nadie actor, ni director, ni nada parecido. Leer teatro no es una práctica teatral, es solo lectura.
La creatividad, como el teatro, es una práctica, es algo que exige compromiso, entrega, participación, experimentación y sometimiento a una rutina, a un entrenamiento, a un proceso.
Y ese proceso se vive, precisamente, en el taller, un espacio en el que, bajo la guía de alguien allegado al asunto, se ponen en juego diversos problemas, acciones y juegos que, a causa de su funcionamiento dinámico, acaban por convertirse en “provocaciones creativas”, es decir en pretextos a través de los cuales el participante no tendrá más remedio que pensar, razonar, ingeniar o inventar para salir adelante.
No se trata de que el participante memorice, de que “aprenda” o de que repita cosas. Se trata, fundamentalmente, de que enfrente situaciones que lo orillen a cuestionar y cambiar su manera de pensar, para adquirir nuevos enfoques, nuevas maneras de enfrentar los problemas.
Por eso valoro tanto la experiencia del taller, y por eso me empeño en que es, hoy en día, la mejor manera de familiarizarse con la creatividad, con nuestra propia creatividad.

