Por Ismael Vidales Delgado
Dice el diccionario que prodigioso es el que hace cosas maravillosas, excelentes, extraordinarias… y eso es precisamente lo que hizo en vida el maestro Israel Cavazos Garza.
Quisiera estar dotado de una prosa reposada que me permitiera decir lo que quiero de la manera más sencilla posible, una prosa que se hiciera a sí misma, en la que yo no interviniera o no tuviera mi presencia más oficio que el de contemplar las palabras que pasan en perfecto orden, bellas todas, para acompañar al maestro Israel en su eterno viaje.
Sin embargo esta es una historia hecha de lágrimas y dolor. Conocí a este hombre desde que me conozco en conciencia, y sé que era un camino y una forma de acercarnos a la verdad histórica y a la bondad humana. Lo vi algunas veces aspirando el tiempo en las bibliotecas, inhalando historia oral con la devoción de un creyente humilde y devoto.
Allá donde todo reposa en una capa inmemorial, Israel sabe que cavando en el sitio exacto, seguirá nutriendo a esta larga fila de seguidores con su ejemplo, no tanto el de historiador que se da por descontado, me refiero a su ejemplo como persona, como ser humano, como amigo.
Allá también, Dios le ha hecho un cubículo, tal vez tan estrecho como el que siempre tuvo aquí, pero suficiente para departir con los siglos y con los amigos,… las palabras no me hacen caso, no quieren meterse en orden, se van, no me obedecen, no tengo control sobre ellas, sólo alcanzo a hilvanar un…
¡Amigo, Israel, tus prodigios de amistad, de búsqueda, son la herencia que nos dejas, la recogemos amorosamente con la humildad que nos enseñaste!
(Monterrey, 5 de noviembre, de 2016).
