Rodrigo Soto Moreno
En la serenidad de mi mirada triste, existe una lucha entrópica en mi cerebro, un caos y un orden de ideas que se amontonan y chocan, urgidas por salir y convertirse en realidad, pero son contenidas por un cuello de botella que busca no crear desorden en el devenir impuesto por la sociedad aburrida y tradicionalista.
Esas ideas vienen y van, en su mayoría propositivas, muchas viven y otras cuantas mueren en el olvido de los bucles iterativos de mis disparos neuronales. Pienso entonces que Bertrand Russell tenía razón, cuando argumenta: “El problema de la humanidad es que los estúpidos están seguros de todo y los inteligentes están llenos de dudas”.
Posteriormente imagino el despertar creativo de los homínidos, de nuestros antepasados, quienes queriendo separarse de las bestias, posiblemente iniciaron su camino de ideas creativas con su arte peleolítico, esto hace aproximadamente 40,000 años, representado en manifestaciones de pintura, como en la Cueva del Castillo y escultura ejemplificada en la Venus de Hohle Fels.
Aunado a esta línea de brincos en el tiempo, el código del lenguaje nos permitió aumentar nuestra capacidad de disparos neuronales creativos, asociado a crear una cultura más compleja, así como armas y herramientas más sofisticadas. Esto se ejemplifica cuando hace unos 50,000 años surgió una explosión en la innovación del Sapiens.
Posteriormente tenemos a la escritura como una manifestación superior de brillantez intelectual y de estimulación neuronal, pues el conocimiento pasó de la relatoría de voz en voz y al límite del recuerdo de mis disparos neuronales, hacia un modelo fuera del cuerpo, extrasomático, que dejó huella en la forma de absorber, transmitir, resguardar y consultar los bits y bytes de información.
Tal vez fue hace 8,000 años, como lo señala Science, dentro del artículo: “Earliest handwriting found?”, cuando se datan escrituras de Jihau, en China, en el caparazón de una tortuga, mismo que podría significar un sistema de escritura para representar elementos o declaraciones, para continuar sacando las ideas de la cabeza y permitirles exponerse a vivir en sociedad.
Gracias a todo esto, dimos pasos agigantados en la forma de preservar y difundir el conocimiento, los libros significaron agua fresca de sabiduría para aquellos sedientos de saber, y aunque en un principio los escritos impresos fueron solo para las élites religiosas y política, poco a poco fueron permeando en toda la sociedad.
La carga genética del ADN se fue fusionando con la carga memética de la cultura y transmitida así de generación en generación. Ya no solamente podríamos esperar que nuestro progreso estuviese ligado únicamente a los genes de mi padre o de mi madre, sino también a los memes que se me fueran impregnando de la cultura de mis padres y de mi contacto con la sociedad, pero mucho más con el ansia de saber, de aprender, de comprender que no lo sé todo y también en la necesidad de conectarme con el Cosmos, recordando así al gran divulgador científico Carl Sagan.
Sin embargo, uno de los hitos más importantes fue que hace unos 500 años iniciamos la Revolución Científica, recordando a Yuval Noah Harari en su libro Sapiens, pues las matemáticas, la física, la química, la biología, la astronomía, transformaron todo aquello que creíamos conocer o comprender, y nuevas disciplinas del saber como la programación, la inteligencia artificial, biotecnología, la nanotecnología, entre muchas otras, siguen moldeando nuestro ecosistema que creíamos conocer.
Valga esta colección de ideas dispersas, pero con cierto orden y validación para continuar con este escrito, pues si algo queremos enfatizar es que el camino de la evolución humana, de nosotros los Sapiens, se ha caracterizado por el gran impulso que le hemos dado al conocimiento científico y tecnológico, y nos lo ha devuelto, como una especie de búmeran simbiótico, en donde mientras más lo impulsemos y accionemos, vuelve, parafraseando a la tercera Ley de Newton, con una reacción que incide positivamente en los saltos que damos en materia evolutiva.
Pero lo que pareciera un axioma, o tradicionalmente un “dogma de fe”, en donde diéramos por sentado que el acercarnos al conocimiento científico y tecnológico es sinónimo de progreso, especialmente para todo el grueso de la población, pareciera que no creemos así. Es decir, mientras más sabiduría científica tengamos, menos oprimidos estaremos como sociedad, como pueblo, como país, pues nos liberamos del yugo del analfabetismo funcional; sin embargo resulta que es todo lo contrario, pues hemos dado la oportunidad a que el mercado de la ignorancia domine sobre el mercado de las ideas.
Me refiero a que los supuestos líderes públicos, como algunos políticos, y diversos medios de comunicación, se han dado a incansable tarea de crear “cajas chinas”, parafraseando a lo descrito en la película La Dictadura Perfecta, de diversos tamaños, con el fin de distraer a la población con trivialidades y frivolidades, de lo realmente urgente e importante.
Todos esos esfuerzos superficiales han contribuido a que gran parte de la sociedad esté más preocupada por lo que tiene en el ropero, versus a estar más preocupado por lo que tiene en el librero, así mismo nos guían a estar más pendientes de la alineación y los resultados en los partidos de fútbol, versus a estar más pendientes de la alineación y resultados en los gobiernos municipales, estatales y el federal.
Todo ello derivando en que nos preocupemos más por tener versus por saber, siempre aclarando que el dinero es muy importante para nuestra supervivencia económica, pero si queremos generar más riqueza, en todos los sentidos, no sólo en el económico, es necesario cultivar nuestra mente, absorber conocimiento y trascender al transmitirlo, bajo la premisa de que no sólo los genes absorben y envían información, sino que también los memes son replicadores de datos sociales y culturales que se mueven dentro de las poblaciones humanas, en el intercambio de ideas.
Volviendo al punto del mercado de la ignorancia, el mismo es el que propicia tanta desigualdad en el país, la lacerante corrupción, la falta de educación de calidad, pero sobretodo el que estemos secuestrados por una clase política que pareciera que lo único que le importa es descifrar la fórmula, como los alquimistas de la antigüedad, para transformar el dinero del pueblo en dinero privado, para después colocarlo en sus sucios bolsillos.
Para ir cerrando este escrito, me preocupa que estemos cerca de una especie de oscurantismo, en donde los pseudolíderes que escogió el pueblo, estén deliberadamente bloqueando el paso al conocimiento, especialmente al científico y al tecnológico, sumergiéndonos en el mercado de la ignorancia y permitiendo que los analfabetas funcionales se levanten sobre nuestros hombros.
Recordemos entonces lo que dijo el gran Friedrich Nietzsche: “El elemento esencial en el arte negro del oscurantismo no es que quiera oscurecer la comprensión individual, sino que quiera ennegrecer nuestra imagen del mundo y oscurecer nuestra idea de existencia”.
También remembremos lo dicho por Carl Sagan: “El significado de nuestras vidas y de nuestro planeta frágil está determinado sólo por nuestra propia sabiduría y coraje. Somos los custodios del significado de la vida. Anhelamos que un Padre nos cuide, perdone nuestros errores, nos salve de nuestros errores infantiles. Pero el conocimiento es preferible a la ignorancia. Mejor por mucho abrazar la dura verdad que una fábula reconfortante. Si anhelamos algún propósito cósmico, entonces encontremos un objetivo digno”.

