El terrible protocolo político

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Rodrigo Soto Moreno

Confieso ser enemigo del protocolo político, especialmente el de México, pues con la excusa de seguir cierto conjunto de reglas de formalidad en actos y ceremonias, muchos de los políticos esconden su falta de pericia intelectual o simple y llanamente disfrazan su carencia de disparos neuronales creativos.

Aunado a lo anterior, también manifiesto desdén hacia aquellos individuos quienes portan un traje de “marca”, pelo cortado y acomodado al estilo “lo que el viento le hizo a Juárez”, barba recién rasurada, pues considero que esa es la forma de enmascarar su ineptitud, claro no en todos los casos, y tampoco me declaro enemigo de vestir bien.

Derivado de todo esto me he preguntado si en realidad la vestimenta es más importante que la generación de ideas creativas inteligentes. Me refiero a que en materia política, el utilizar el protocolo de formalidad, así como la combinación de trajes de supuesta alcurnia, tienen como objetivo primordial el alejar al funcionario público del pueblo, al igual que encubrir su analfabetismo funcional, pues aquellas mentes no inquisitivas tienden a maravillarse con lo que brilla, pero como dice el dicho: “no todo lo que brilla es oro”.

Una respuesta simple la podemos encontrar en nuestra propia experiencia y en mi caso puedo afirmar que he visto más inteligencia creativa en personas con huaraches y charlatanes de oficio con traje. Una respuesta más elaborada y con mayor experiencia profesional, es la que nos ofrece el inversor en capital de riesgo Peter Thiel, en relación a qué es más importante: ¿vender mi imagen con un buen traje? ¿Vender el intelecto? Y su réplica es simple: “no hagas negocios con personas vestidas en traje”.

El consejo de Thiel se basa en sus encuentros con emprendedores y él ha aprendido que aquel individuo que tiene que usar un traje de “marca” y vender su imagen es para sopesar y distraer en relación a un producto o servicio de baja calidad, versus al individuo que usa pantalones de mezclilla y playera, pues es tan bueno su producto o servicio que no tiene que esconderse en su vestimenta.

Sin embargo es necesario analizar a nuestra sociedad, que pareciera que premia a aquellas personas que están más preocupadas por lo que tienen en el guardarropa versus a aquellas que se preocupan por lo que colocan en el librero; que se preocupan más por la alineación del partido de fútbol versus la alineación que tiene el gobierno y sus representantes populares. Y en donde el gobierno quiere que nos mantengamos en el oscurantismo e ignorancia, y los medios parece que trabajan en inundarnos de programas televisivos que son basura, en lugar de documentales de divulgación científica, literaria o cultural.

Tristemente nos dejamos influenciar por las máscaras de los líderes públicos y privados, apegándonos a la emoción de la irracionalidad, pensando que si esa persona está en un puesto de poder o decisión es porque tiene la capacidad mental de ostentarlo, pero la realidad dista mucho de esa verdad, pues desgraciadamente hemos vivido dentro de una economía del compadrazgo o lo que hemos denominado como la “apellidocracia”, donde aquellos que suben la escalera política, son los amigos, compadres, teniendo el tradicional nepotismo versus el utilizar la meritocracia del trabajo y esfuerzo individual y grupal.

Pienso que debemos tomar el consejo de Neil deGrasse Tyson, quien argumenta que debemos utilizar verdades objetivas verificables en donde todos podemos estar de acuerdo, para que de ahí se construya el sistema económico y el de gobierno, donde los resultados y las evaluaciones se centren en el peso de la evidencia comprobable bajo el método científico.

Aunado a lo anterior debemos buscar derrotar el esquema tradicional de muchos líderes públicos, especialmente los políticos, en donde se rigen bajo la desfachatez de una sonrisa y la connivencia, mientras continuando siendo corruptos y viven utilizando el lema oculto de: “prometer no empobrece”.

La tarea desde mi perspectiva es ir gradualmente eliminando el protocolo político, que solamente esconde la ignorancia de quien lo promueve y solicitemos como nación, una rendición de cuentas centrada en la evidencia comprobable, acercándonos cada vez más a ser regidos por el método científico y no por ese meme de la corrupción que tanto se quiere impregnar en las nuevas generaciones.

La sabiduría está en los libros, en el equivocarse, iterar y aprender, está en el saber y no en el tener. Necesitamos más librerías y menos zopencos con alta autoestima.

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