Mientras jugaba a torear a Sophie, su perra Shitzu, Ena Camila sonreía de forma muy particular y disfrutaba de un gran desborde de felicidad. Además le gustaba escuchar de Sophie ladrará un poco cuando jugaban, pues casi nunca lo hacía, situación que además del movimiento de su cola, demostraba aceptación al juego ofrecido por Ena Camila.
Ante toda esta situación, Ena Camila, se preguntaba si los primeros perros también ladraban como su querida Shitzu o eran más parecidos a los lobos que solamente aullaban de forma escalofriante. De pronto Sophie se cansó de jugar y fue a tomar agua a su traste, momento que aprovechó Ena Camila para abrir su iPad2 y buscar información que le ayudara a resolver la incógnita antes descrita.
Navegando en Safari, decidió entrar al sitio web de la revista Wired y ahí le dio clic a un interesante artículo escrito por Brandon Keim que se titulaba: “Humans guided evolution of Dog Barks” y empezó a leerlo.
De acuerdo a Keim, una de las preguntas que está en la mente de muchos seres humanos es el porqué los perros ladran tanto, además de intentar resolver la hipótesis si nosotros los diseñamos de esa forma, para satisfacer algún tipo de gusto.
Para Csaba Molnar, investigador etólogo, la selección humana sobre las especies animales, particularmente en los perros, de forma indirecta o directa hizo que estos animales ladraran como los escuchamos en la actualidad.
Continuando su lectura, Ena Camila, leyó que los estudios de Molnar se inspiraron en el simple hecho de de que los ladridos son comunes en los perros domesticados, pero no lo son en perros salvajes, incluso remarcando que estos últimos es más probable que no ladren.
Después de que Molnar analizó las diferencias anatómicas entre perros domésticos y perros salvajes, la hipótesis de Molnar giró hacia el hecho de que los perros domésticos han pasado aproximadamente 50,000 años acompañando al ser humano y que han sido criados para satisfacer nuestras demandas y necesidades. Pero para validar su hipótesis, trazó dos vertientes que se tienen que probar, la primera en donde se afirmaba que los ladridos contienen información acerca del estado de ánimo del perro en cuestión o del medio ambiente en particular y la segunda es que los seres humanos, particularmente sus dueños, deben contar con la capacidad para comprenderlos.
Dándose a la tarea de comprobar sus hipótesis, leía Ena Camila, utilizó un algoritmo dentro de un programa para clasificar los ladridos de los perros. En donde, los primeros resultados, arrojaron que los ladridos de los perros domésticos contenían patrones comunes de estructura acústica, es decir, en términos de repetición y armonía, el ladrido de alarma de un perro a otro era similar.
Lo interesante, leyó Ena Camila, fue que después de que Molnar grabó diferentes ladridos de perros domésticos, cuando estaban jugando o enfrentando a un extraño, entre otros y al ser presentados a los seres humanos, se pudo establecer que efectivamente podemos identificar con claridad el contexto en el que el perro estaba y el porqué ladraba. Resulta comprensible que los seres humanos quisieran tener un animal que rápidamente los alertara ante cualquier peligro y de ahí pudimos seleccionar a aquellos perros que ladraban para avisarnos del mismo y tomar las precauciones pertinentes.
Sin embargo, para el zoólogo Eugene Morton, el ladrido pudo haber evolucionado gracias a que los seres humanos les dimos mayor importancia a aquellos perros que ladraban porque guardaban ciertas características de comportamiento juvenil y juguetón. Es decir, los perros descienden de los lobos y aunque el ladrido no es común en ellos, cuando los lobos son cachorros es bastante común que ladren al jugar y en algunos casos este ladrido se puede conservar hasta la etapa adulta. Es por ello que seleccionamos entonces a aquellos perros, descendidos de los lobos, que ladraban porque eran más amigables, juguetones y faltos de agresividad desmedida, pues Morton nos dice que nosotros los seres humanos no queremos perros que sean dominantes sobre nuestra persona.
Derivado de todo lo anterior, concluyó Ena Camila, los seres humanos fuimos seleccionando aquellos perros que por sus características de ladrido nos ayudaban entonces a advertirnos sobre alguna situación de riesgo o la confrontación con algo extraño, además de que nos divertíamos con esos ladridos al jugar y sabíamos que podíamos dejar a nuestra descendencia segura en manos de ellos al estilo del cuidado que otorgó la famosa loba en el caso de Rómulo y Remo. Hasta el momento podríamos inferir que los perros ladran así porque nosotros les enseñamos…tratando de entender su estado de ánimo.