Sin autor conocido
Una mañana de primavera un joven contemplaba desde un puente, con aire afligido, el paso de unos pescadores que regresaban del río con sus redes llenas.
-¿Cuántos peces llevan? Les preguntó el muchacho.
-Cuarenta y ocho, le respondió uno de los pescadores.
-¡Si fueran míos, sería feliz! -Dijo el muchacho-, porque podría venderlos y comprar comida, pues hace tres días que no pruebo alimento.
Un viejo pescador que aún permanecía con su caña y anzuelo en el río, pareció oír las palabras del muchacho, y le dijo:
-Yo te daré otros tantos y más buenos, si quieres hacerme un pequeño favor.
-¿Cuál? preguntó el muchacho.
-Tan solo sostenerme la caña con el anzuelo dentro del agua mientras voy a arreglar un asunto que me llevará poco tiempo. Aceptó gustoso el joven y rápidamente se instaló en el lugar del viejo.
Al poco rato comenzó a impacientarse, calculando que el viejo se tardaba más tiempo del convenido. Pero pronto se puso alegre cuando picó el primer pez, el ánimo se mejoró más y más porque sacaba más y más peces, así que pronto tenía tres cestos completamente llenos.
Al regresar el viejo, que en verdad nunca se había ido, sino escondido detrás de unos árboles, le regaló todos los peces y le dijo:
-Cumplo mi promesa, aquí los tienes: más y mejores.
Lo que no debes olvidar es que cuando veas a otros que logran con su esfuerzo lo que tú necesitas, no vayas ante ellos con lamentaciones a pedir que te regalen sin haber antes intentado conseguirlo por ti mismo, ¡Vamos, echa el anzuelo con tus propias manos! ¡Tú puedes pescar solo!
