MEC Gisela Aguilar Martínez
Una nueva investigación basada en el estudio de 33 razas de perro ha concluido que la domesticación afectó significativamente a la forma del cerebro de dicha especie. La selección artificial modeló distintas áreas y redes neuronales, lo cual acabó afectando al comportamiento de los perros.
Al paso de la evolución, es de los animales que se han convertido en el mejor amigo del hombre y es de los que cuenta con más razas del planeta, algo que tiene mérito. Durante años, los criadores de perros interfirieron en el proceso evolutivo de los canes, combinando especímenes con características diversas y seleccionando aquellas crías que mejor se adaptaban a los atributos que se querían potenciar. Por ejemplo: para conseguir un can capaz de acorralar a los tejones, se cree que cazadores alemanes de los siglos XVIII y XIX cruzaron sabuesos con Terriers, lo que acabó creando la raza Teckel.
Ahora sabemos que a medida que el hombre fue domesticando nuevas razas, el cerebro de los perros también fue adaptándose. Los científicos han examinado la variación volumétrica de distintas regiones del cerebro de 62 canes (tanto machos como hembras) de 33 razas distingas para comparar las variaciones anatómicas visibles. El objetivo: demostrar hasta qué punto la selección artificial ha afectado a la estructura cerebral de estos animales.
Se descubrió una fuerte correlación entre estas variaciones volumétricas con los distintos comportamientos de los perros en función de su raza, con lo que concluyeron que estos cambios anatómicos tuvieron que producirse en las últimas ramas del árbol filogenético (esto es, durante la última de sus etapas evolutivas), aparentemente como consecuencia de la domesticación. En concreto, se dieron cuenta de que las diferencias entre razas y comportamientos, como los que diferencia a los perros de presa y a los perros guardianes de los perros de compañía, coincidían con unos patrones neuronales perfectamente definidos en el cerebro, que, sin embargo, no tenían relación, por ejemplo. con la forma del cráneo o el tamaño corporal.
Lo que se descubrió, por ejemplo, fue que todos los perros de presa, como los que utiliza el ejército o la policía, presentaban la misma variación en el cortex prefontal, un área asociada con la pertenencia al grupo y la interacción social. Otras razas presentaban rasgos característicos en función de las distintas fases del proceso de domesticación. Este era el caso de los Bulldogs, unos perros que fueron entrenados en un inicio para controlar y guardar el ganado posteriormente se adaptaron para convertirse en mascotas domésticas. Su comportamiento, y con él su cerebro, combinaba las características de una y otra fase de domesticación.
Los perros domésticos aún comparten muchos patrones de conducta con sus parientes salvajes. Tanto unos como otros defienden sus territorios y los marcan orinando en árboles, piedras, vallas y otros lugares apropiados. Estas señales informan a otros perros de que ese territorio está ocupado por otro animal.
Muchos perros también entierran huesos o sus juguetes favoritos con la intención de guardarlos para el futuro, del mismo modo que sus parientes salvajes a veces entierran sus presas muertas para asegurarse un banquete más adelante.