MEC. Gisela Aguilar Martínez
Muchas personas piensan que ciertas razas de perros pueden ser más sociables, protectoras o agresivas. Pero hay estudios que han puesto de manifiesto que la genética tiene un peso menor en el carácter de un perro y que la raza determina menos del 10% de este.
En temas de razas de perros, muchas personas tienen una serie de prejuicios, tanto positivos como negativos: por ejemplo, dan por hecho que un golden retriever será un “perro familiar” o que un mastín será un buen guardián de la casa; del mismo modo muchas personas aún miran con suspicacia a los pitbulls o rottweilers. Los estudios científicos desmienten que la genética, y menos aún la raza, sean indicadores confiables en lo que respecta a la personalidad de un perro. O lo que es lo mismo, el carácter de un perro no depende de su raza.
Entiendase por rasgo hereditario: un factor, físico o psicológico, que es transmitido por los genes a los descendientes. Se considera que un rasgo es hereditario cuando más del 25% de sus crías lo presenta. Los que son físicos, como el color del pelo o la forma del cuerpo, son fácilmente observables; pero los psicológicos son más difíciles de determinar porque interviene en gran medida la socialización del animal y el entorno en el que crece.
Estudios realizados con perros y zorros (también forman parte de la familia de los cánidos) han demostrado que ciertos rasgos de carácter, como la agresividad y la sociabilidad, son hereditarios. En 1959, el Instituto de Citología y Genética de Novosivirsk puso en marcha un experimento que consistió en hacer criar parejas de zorros seleccionando aquellos con un carácter más dócil se ha observado que, en pocas generaciones, estos adoptan hábitos parecidos a los de los perros. Asimismo, criar perros con ciertos rasgos de personalidad, como la tendencia a interactuar con los humanos, potencia a más del 25% la probabilidad de que sus descendientes también los tengan, por lo que se pueden considerar hereditarios.
Este 25% es un porcentaje genético del carácter y depende de los individuos específicos que críen, más que de su raza: según un estudio, este factor influye solo hasta un 9%. El estudio se ha realizado con 2.000 perros de distintas razas, tanto puras como mestizas, y consiste en un cuestionario de 14 preguntas en el que los dueños valoran la reacción de sus compañeros ante determinadas situaciones, como el contacto con otros perros o con personas desconocidas.
Los resultados señalan que los rasgos estudiados, como la agresividad o la sociabilidad, no son homogéneos entre los individuos de la misma raza, y que también pueden estar presentes en otras razas a las que típicamente no se les atribuyen. El hecho de que determinados comportamientos puedan estar más presentes en una raza que en otra tiene más que ver con la propia endogamia de la crianza, que selecciona a los individuos precisamente en función de sus características para conseguir una descendencia más predecible en cuanto a aspecto y comportamiento.
Los fenotipos también influyen en el carácter: los perros que son más enérgicos demandan más actividad física, y razas más grandes como los San Bernardo se sienten menos intimidadas por otros animales y por lo tanto pueden tener un carácter más confiado. Esto crea la percepción de que ciertos comportamientos son propios de la raza, pero otros perros de la misma constitución – incluyendo los de razas mixtas – se pueden comportar igual: no es que la genética les obligue a hacerlo, sino que les permite hacerlo.
No existen razas peligrosas, son el entorno y la socialización los factores que más influyen en el carácter de un perro. La etapa de socialización y moldeamiento del carácter es el periodo de la vida en el que es un cachorro y aprende a relacionarse con otros miembros de su especie, así como con otras especies, y se desarrolla principalmente entre las tres y las doce semanas de vida. Puesto que en este tiempo el animal tiene sus primeras interacciones, el resultado de estas influye mucho en su carácter.
Cuando se enfrentan a su primera experiencia negativa deja una huella profunda, creando miedos y conductas que después son muy difíciles de modificar. Durante este periodo es cuando el perro aprende cuáles son las consecuencias de sus acciones, por lo que en el futuro se comportará en consecuencia. Es posible que, además, reaccionen con miedo u hostilidad hacia animales que con los que no han estado en contacto durante su periodo de socialización, puesto que pueden considerarlos una amenaza.